El grupo mexicano repasó sus grandes éxitos ante más de 40 mil personas en Asunción.
Por Janinne Pérez González
Fotos: Te Cuento (Hormiguita Viajera)
Desde hace más de 30 años, el grupo mexicano Maná, específicamente de Jalisco para el mundo, nos viene regalando música, pero no cualquier música, sino que esa que te eriza la piel y hace que sus melodías sean inolvidables, de esas que basta un par de acordes para recordar qué canción viene y a qué tiempo nos transporta.
Esa es la magia que tiene Maná, esa es la magia que revivimos ayer en la Nueva Olla, donde 30 mil almas nos agolpamos para reencontrarnos con esas emociones despertadas por la voz de Fher, la guitarra de Sergio, los señores toques del bajo de Juanito y aquella percusión permitida en el cielo y en el infierno que sale de las baquetas de Alex.
Cuando yo vi a Maná por primera vez en suelo guaraní fue en el año 2007 y quiero rememorar en esta columna aquella experiencia porque fue la misma que sentí anoche cuando las voces coreaban limpiamente las canciones de esta poderosa banda. En aquel 2006, el sitio acordado fue el Defensores del Chaco, yo era una adolescente atrevida y rebelde, y por supuesto, era fan del rock and roll en ese entremés, Maná se convirtió en una de mis bandas favoritas, me sabía sus canciones, las copiaba en un cuaderno y escuchaba horas y horas su disco “Cuando los Ángeles lloran”, pues ahí estaba una de mis canciones preferidas, “No ha parado de llover”. En fin, cuando me enteré por la televisión que Maná venía, empecé a cranear cómo vendría desde Concepción hasta el Defensores. No tardó para que los fanáticos norteños se organizaran y se preparara un tour para que todos aquellos que queríamos disfrutar del show podamos venir hasta la capital. ¡Bien! Problema resuelto, pero faltaba reunir fondos, con el costo del pasaje y la entrada no llegaba con mis ahorritos, así es que una mentirita piadosa para que papá soltara un poco más la mesada bastó para que pudiera completar el monto.
La ansiedad se vivía a flor de piel con el correr de los días, lo tenía todo planeado, increíblemente hasta el permiso de mi mamá lo conseguí, pero aquel sábado previo (el concierto fue marcado para un domingo de mayo luego de 14 años de espera) una neumonía me tumbó, llevándome incluso al hospital, mi mamá y yo fuimos a parar a urgencias gracias al asma crónica que me acompaña desde mis primeros meses de vida. En ese momento solo pensaba una cosa: “tengo que salir de alta, mañana es el concierto” pero mi madre ni de casualidad pensaba dejarme hacerlo y más aún, con el clima inestable que nos azotaba (en aquel tiempo sí hacía frío). Lo cierto es que ese domingo a las 7 de la mañana vino la tan ansiada alta médica, fue magia, ni idea, yo solo sé que alucinaba con estar en el concierto.
Fuimos hasta la casa, pero la orden de mi madre fue: “a tu pieza a reposar”, ¡Pero yo tenía otros planes! Fui a mi pieza, sí, pero a cambiarme de ropa y a abrigarme lo más posible para poder salir, mochila en la espalda me encuentro con ña Elda (mi mamá) en el pasillo recitando una poesía imperativa que pretendía evitar mi salida de la casa, pero astucia caradurez e irresponsabilidad en cierto grado, van de la mano, crucé el jardín y salí por el portón del costado de la casa, cuando llegaba a la esquina escuchaba a mi madre gritando en nuestro dulce idioma guaraní un saludo de amor y ternura (risas). Caminé hasta el punto de encuentro y salimos de Concepción cerca de las 10 de la mañana, dos buses repletos cruzaron el hostil Chaco haciendo un repaso por la discografía de Maná.
Llegamos cerca de las 17 horas y la fila era interminable, desde los límites iniciales de Sajonia, visualizábamos a esas 50 mil almas que desafiaron al frío, la llovizna y la espera en la fila. Recuerdo que, en el bus, todos compraron entradas para el sector césped, pero yo (para variar, la oveja negra de contramano) compré graderías. Así es que me tenía que separar del grupo para ingresar al estadio. La lluvia se venía intensificando y yo aún recordaba que hacía horas nada más estaba en el hospital, sabía que una recaída podría presentarse si me exponía a la intemperie, así es que me refugié frente a una casilla que estaba ubicada a metros de la entrada de mi sector. Apenas se abrió el portón, el guardia me dejó pasar con ayuda de la señora que estaba en el puesto donde me refugié hablándole de mi estado de salud.
En minutos estaba ubicada en una de las gradas del Defensores, pero la lluvia no paraba, el hule negro que compré ya no resistía. A mi lado estaban 4 chicas sentadas con un montón de bultos, en eso, una de ellas saca una enorme carpa que traía en la bolsa y la extiende. Al verme ahí sentada solita, me invitó a meterme a la carpa, por supuesto no dudé. Estas mujeres a quienes ni siquiera les pregunté el nombre pues a mí me parecía todo tan surreal, sacaron otro bolso en donde tenían un termo de café y chipitas que también compartieron conmigo. Yo me sentía en un VIP.
Finalmente tocaron los teloneros y pasando 40 minutos de las 20, las estrellas invadieron el cielo expulsando a las nubes y a la lluvia, atestiguando como una multitud atropellaba las vallas de césped para ingresar corriendo al llamado de las percusiones de Alex y los acordes de la guitarra de Sergio para dar inicio al show del tour “Amar es combatir”.
Estas emociones de alegría, asombro, aventura, surrealismo, la piel erizada, fue todo lo que sentí ayer, fue como estar ahí nuevamente, en aquel concierto, sin desmerecer el brutal show que nos regalaron hace 8 años en el Club Olimpia con “Cama incendiada tour”, ese también fue ardiente, pero el de ayer fue de sortilegios y de sueños.
Fher parece que duerme su voz en aguas de formol pues sus cuerdas siguen sonando con el mismo sonido estridente tan característico que venimos escuchando desde hace décadas y sobre todo, soportando más de dos horas de concierto ante una platea insaciable que coreaba sin parar sus canciones. Esas almas que replicaban extasiadas esas letras llenas de picardía, sentimiento metáforas perfectamente amalgamadas con el talento de sus músicos.
Como el Maná que cae del cielo emanado por el propio creador para que su pueblo sacie el hambre, nosotros nos alimentamos de la música que Maná trajo para insertarnos hasta el alma. Y como ya saben, ya habrán visto en redes, hubo una mujer que subió a cantar con ellos, hablaron del ñoño (orgullo nacional) y el infaltable “Rohayhu”. Además de los tan esperados solos de Alex y Sergio, ambos demostraron una vez más que forman parte de la élite musical del mundo, no hay nada más que acotar sobre el talento que desprenden.
Eso es Maná, un alimento para el alma, un elixir que sana corazones, revive amores y hace que los recuerdos se conviertan en ecos inolvidables de una experiencia muy bien vivida.
¡Hasta pronto muchachos!